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Poliespan, poliespan!

Primer paso: convencernos a nosotros mismos de que íbamos a hacerlo. Curiosamente, fue suficiente con una noche en uno de nuestros sitios favoritos de nuestra tierra (Montserrat, el refugio de Sant Benet) para tomar la decisión de decirle temporalmente adiós a todo e irnos a la otra punta del mundo. Segundo paso: convencer a alguien de que nos prestara un telescopio, éste fue fácil. Eugeni, el director del centro MónNatura Pirineus en el que se hace el programa Joves i Ciència en el que participo, estuvo encantado y nos ayudó en lo necesario para poder llevarnos a América un telescopio con guiado de 10 pulgadas. Ahí es ná.

Y tercer paso: conseguir llevar un telescopio delicado y muy pesado hasta la otra punta del mundo, sin arruinarnos ni perder la salud en el intento. Not so easy. La idea de mandarlo por paquetería no nos seducía, porque aunque el precio era razonable (en torno a 350 euros), había otros problemas: nadie te garantizaba que se fuera a tratar bien, no estabas presente en las aduanas y podía ser que decidiesen cobrarte un porcentaje de su valor en la frontera. Así que optamos por una opción mucho más cazurra, pero más segura también; facturarlo con nosotros. Para que os hagáis una idea, el telescopio pesa en torno a 30 kg, mientras que la caja que lo contiene está en torno a los 20 kg. Un total de 50 kg y unas medidas de 100x60x45cm. Primero viajábamos a Ámsterdam con Vueling, y aparentemente no había problema en añadir un bulto de esas características, pero de Ámsterdam al DF, con Aeroméxico, no se podían superar los 45 kg. Lo intentamos de todas las maneras, por teléfono, online, llorando... esos 5 kg extra no podían viajar. Así que tuvimos que idear otra cosa.

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Un día antes de marchar construimos nosotros mismos una caja a medida empleando 100 euros de poliespan, plástico duro y mucho film de envolver. Todo para dejar un bulto algo más voluminoso pero igualmente seguro, que se quedó justo en 45 kg. Pero claro, también queríamos mandar la caja, para luego poder mover el telescopio con seguridad por las Américas. Así que llevamos también la caja del telescopio, donde aprovechamos para meter equipaje; total, otros 40 kg. Llegar al aeropuerto de Barcelona con semejante equipaje ya fue divertido, menos mal que la madre de Nadia fue a despedirnos y pudo llevar parte. En vueling nos miraron como bichos raros pero nos cogieron los bultos bastante rápido: primera prueba superada.

Llegamos a Ámsterdam, vamos a la cinta de equipaje especial y salen nuestros bultos intactos: esto pinta bien. Aprovechamos para comer y relajarnos y en cuanto abren el mostrador de aeroméxico nos plantamos allí con nuestras cajas, y aquí empieza el drama. Unos aducen límites del propio aeropuerto, otros que aeroméxico solo transporta hasta 32 kg... el caso es que hubo un par de momentos en los que Nadia y yo nos miramos con una cara que decía: y aquí acaba el viaje. Era especialmente preocupante cuando veías que todo el mundo estaba haciendo un esfuerzo para conseguir que los llevásemos. El caso es que al final se redujo a una conversación con un tipo de aeroméxico. Él estaba firmemente plantado en el no, a pesar de que yo le contara mi vida de cooperante internacional. Pero al ver los billetes de vueling, al ver que habíamos sido capaces de facturarlo en un avión mucho más pequeño y con una compañía mucho menos grande, al tipo le cambió el gesto. Empezó a buscar y rebuscar, haciendo números... mi cara debía ser un poema, cuando leí que habían apuntado en un papel: 1080.25€. Yo pensando, de aquí no salimos... Pero al final el tipo nos dijo que había encontrado una manera de hacerlo y que iban a ser solo 340€. No le abracé porque estaba al otro lado de un mostrador muy ancho.

Aun así, todavía quedaba un paso importante: la aduana en México. A un país así no puedes entrar sin un billete de salida, y podía pasar que en la aduana nos quisieran cobrar por el telescopio. El control de pasaportes fue rápido y sencillo y cuando llegamos a la aduana resulta que dimos con un aficionado a la astronomía, que flipó con el proyecto y que nos estuvo contando la leyenda de Quetzalcoatl y preguntándome por mi trabajo fin de máster. Le teníamos en el bolsillo. Tanto, que ni nos hizo desmontar la caja del telescopio, la pasó por el escaner y listo. A la salida nos esperaba David, que nos ayudó a conseguir un taxi enorme y que nos acoge en su casa estos primeros días.

Escribir estas líneas sentado cómodamente en un sillón, con la tranquilidad de tener el telescopio a buen recaudo, es algo que celebrar, desde luego. Al menos ya hemos aprendido una lección: las cosas quizá se puedan conseguir haciendo enemigos o haciendo amigos, pero nosotros no tenemos fuerzas ni ganas para la primera.

Siguiente paso: conseguir la furgo!

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