El nacimiento de La Quebradora
Comprar una camioneta en un país que no conoces. Equiparla para vivir en un país sin cultura de caravanismo. Dejar la mecánica a punto para un viaje de decenas de miles de kilómetros a través de países que probablemente no tengan repuestos... Va, ya sabíamos que no iba a ser fácil. Pero mes y medio después de llegar, ya estamos preparados para empezar el tour. A ver si puedo resumir cómo lo hemos hecho. La compra de la camioneta ya os la contamos en el anterior post. Igual que nuestro primer encontronazo con la picaresca local. Pero si ya estamos preparados para viajar, eso quiere decir que alguien ha debido desfacer el entuerto que nos habían dejado.
Después del escarmiento del timador pasamos un día buscando un carpintero que se ocupara de terminarnos los muebles. Como habíamos tenido que pasar muchas veces por la carretera de la Picacho Ajusco, Nadia se había fijado en unos carpinteros que se colocan en las márgenes de la carretera a vender sus sillas y mesas. Preguntamos precios, explicando lo que necesitábamos, y rápidamente nos convencimos de que quién mejor podría hacernos el trabajo era Vladimir, simplemente por el hecho de que nos dijo que no sabría hacernos el techo. Un gesto tan sencillo como ése, de humildad y de honestidad, nos convenció para encargarle a él la chamba*. En un día había terminado el trabajo, así de sencillo. Vladimir es el padre de una familia Mazahua, una comunidad indígena con su propia lengua y su estética tradicional, algo poco común en el DF. Mientras él trabajaba en la madera, nosotros íbamos cortando el porexpán (aquí Unicel) que colocaríamos como aislamiento mientras sus hijos jugaban con las bolitas que caían. Fue un contacto con una vida distinta, más sencilla y probablemente dura, y quizá un prólogo de lo que nos espera más al sur: los niños no iban al colegio, las mujeres cocinaban sobre una fogata y estoy convencido de que todos dormían en el mismo taller, al pie de la carretera. Buena gente, trabajando humildemente, viviendo al margen de una sociedad a la que nos resulta muy fácil ignorarles.
Esos días estuvimos quedándonos en un Airbnb distinto, la casa de Carmina, Jorge y Ana Karen. Allí conocimos a Elena, una guadalajareña que nos contó la historia que acabó dando nombre a la camioneta. Resulta que Elena hace yoga, y que a ella le relaja especialmente un asana cuyo nombre sánscrito nunca ha sabido, ella lo llamaba La Quebradora, y consiste en doblar bien el cuerpo intentando juntar el pecho con las piernas, mientras controlas la respiración. Para empezar, una postura de yoga con nombre de llave de lucha libre ya mola bastante. Pero cuando nos explicó que la usaba para tranquilizar a sus hijos, que era una especie de varita mágica para dar paz, nos pareció que nuestra casa rodante no podía tener mejor nombre. Si tiene que ser algo, es un oasis de paz en medio de un mundo que no siempre entendemos.
Entre mecánicos y herreros hemos podido dar los primeros pasitos con nuestro proyecto astronómico-artístico. Primero en la Noche de las Estrellas de la UNAM plantamos nuestro telescopio apuntando a la luna y tuvimos una afluencia que, a última hora, casi nos superaba. Más de 400 personas poniendo el ojo en nuestra primera star-party. Not bad. Viendo el tirón que teníamos, con la excusa de la superluna llena del pasado 3 de diciembre, enchufamos el telescopio en la toma de corriente de un puestecito de elotes en la plaza central de Coyoacán. También estaba siendo un éxito, tanto que las autoridades (in)competentes nos echaron de malas formas. Probablemente un billetillo de 200 pesos colocado convenientemente en el bolsillo del agente nos hubiera ahorrado el trago, pero somos un poco pardos y nos fuimos sin rechistar.
El siguiente paso era hacer toda la instalación de la segunda batería, la luz, el agua, las patas de la mesa... esa clase de cosas en las que sí que empieza a ser fundamental que el que le meta mano sepa algo de camperizar. Y ahí es donde entra Javo y su taller. Les conocimos a través de una página de combis de facebook, les contamos nuestras aventuras y nos miraban como diciendo: pobres chavos... El caso es que ellos también fueron super profesionales, en 3 días nos habían instalado todo por un precio razonable. ¡Ya estábamos listos para vivir en nuestra casa!
El único problema fue que tardaron un día más de lo previsto, así que tuvimos que abandonar nuestro Airbnb y buscar otro sitio... Nadia contactó con un couchsurfer que se ofreció a darnos alojamiento, en un barrio bueno, el tipo parecía normal... fuimos para su casa. Al llegar, cargados como mulas, se limitó a abrirnos la puerta del portal y hacer que le persiguiéramos por un laberinto de pasillos entre piscinas y gimnasios privados, hasta la puerta de su casa. Nos abre y nos dice: sentáos ahí. Nosotros, obedientes, intentamos parecer amables y darle conversación, mientras él se dedica a ignorarnos a tres pantallas: con el último iPhone, con el último Samsung y con el último iPad. A LA VEZ. En más de una hora de conversación incómoda el tipo solo nos hizo dos preguntas: cuánto vale la camioneta y cuánto el telescopio, ya te da una idea de cuál es el único interés en su vida. Bueno, una estancia tan incómoda que al día siguiente cogimos nuestras cosas y nos fuimos a dormir a la camioneta. Pero para compensar ese Couchsurfing, el Airbnb de Carmina & Co. fue más allá, permitiéndonos dormir delante de su casa, usar su ducha y su cocina, cenar con ellos... Vamos, que entran por la puerta grande en nuestra recién estrenada sección de colaboradores.
Y ahora empieza lo bueno, sacar el mapa y un lápiz, y trazar los caminos que queremos seguir. Conducir de día, evitar según qué estados, escalar mucho, disfrutar del cielo del desierto... con la tranquilidad de que al final del día, estemos donde estemos, estaremos en casa.
*la chamba = el trabajo, la feina