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Tres segundos en Nandaime

Tres segundos bastan. El tiempo que te pasas mirando los últimos rayos de sol sobre el Pacífico. Lo que dura el primer trago de cerveza fría después de conducir durante horas al sol. O el tiempo que pasa desde que ves a un muchacho en bici cruzarse en la carretera hasta que le escuchas golpear contra el asfalto, despedido por el aire después del atropello. No todo es de color de rosa en la Furgoneta Cósmica. 

Últimamente hemos estado francamente entretenidos. Talleres y observaciones en Chiapas, Guatemala, Honduras y Nicaragua. Entrevistas televisivas. Enfermedades tropicales y vómitos de madrugada. Mucha, mucha gente acogiéndonos con muchísimo cariño. El interruptor de arranque de la furgo agotado, averiado y sustituído... pero ayer estábamos otra vez de viaje. Desayunamos en Granada, tempranito, y empezamos a manejar hacia las islas paradisíacas de Ometepe.

La panamericana tiene muchas formas, pero muy a menudo es una carretera asfaltada, de un carril por sentido, que comparten locales, transportistas y algún turista ocasional. A su paso por Nandaime, atraviesa la calle que va del matadero al pueblo. Un camión estaba parado en el arcén y, detrás de él, a toda velocidad, salió Michael con su bici. 

Frenas todo lo rápido que puedes, intentas esquivarle, le golpeas con el capó, ves como su cabeza quiebra el vidrio frontal, le arrastras unos metros y, tres segundos después, le ves caer al suelo. 

Nadia y yo salimos corriendo a ver cómo estaba el chaval, tenía muchos rasguños y algo de sangre detrás de la oreja, que por un momento nos pareció que salía de dentro del oído. Afortunadamente solo era un corte supercicial en el cuero cabelludo. La gente se empezó a arremolinar alrededor, algunos grabando con el móvil, otros preguntando qué había pasado, algunos incluso siendo útiles: cuidando al chico, llamando a la policía, a la ambulancia y a la madre, que llegó enseguida e hizo de madre, tan agradecida a Dios como enfadada con el chaval. Poco después llegó también el padre, que lo primero que hizo fue pedirnos dinero y decirnos que mejor sin policía. Es increíble cómo puede haber gente así, antes de saber cómo está realmente su hijo ya estaba intentando sacar tajada. 

La policía llegó poco después y estuvo como dos horas midiendo, tomando fotos y testimonios de todo el mundo menos nosotros. Poco tranquilizador. Después nos pidierons que les siguiésemos a la comisaría, donde estuvimos otras 3 horas. Al menos allí ya pude llamar al seguro (a terceros, obligatorio en Nicaragua) para que vinieran. 

Una vez pasado el susto inicial y confirmado que el chico no parecía tener nada grave, cualquier mala noticia ya no parecía tan mala. Al menos no nos habíamos cargado a un ciclista. Pero tengo que reconocer que cuando me dijeron que probablemente iba a pasar la noche en el calabozo no me hizo mucha gracia. Al parecer, si el atropellado se queda ingresado, el conductor es retenido por la autoridad, y Michael iba a pasar la noche en el hospital, así que yo tenía todas las papeletas de compartir celda con el notas que acababa de robar un pato en el pueblo. Con él y con el pato, que no sé por qué estaba también preso. 

Al final, se impuso la lógica y tanto el pato como yo salimos con la condicional, así que solo quedaba preocuparse de la furgo. Un dia de chapa y pintura y como 150 euros más tarde, La Quebradora vuelve a estar en plena forma

Y nosotros, aunque parezca raro, estamos felices. Está siendo un viaje bien intenso, con sus momentos increíbles y sus ratos de: esto no puede estar pasando. Pero estamos aprendiendo a valorar lo que de verdad importa. Como la honestidad de toda la gente del pueblo cuando después de ver cómo unos forasteros atropellaban a un niño nunca nos recriminaron nada y muchos se acercaron a tranquilizarnos. A decirnos que habíamos hecho todo lo posible y que pensáramos que de haber ido más rápido, o de haber sido un camión, quizá Michael no lo hubiera contado. 

Un poco consternados, un poco (más) cuidadosos en la carretera, seguimos adelante. 

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